1. El Guardavias.
-¡Hola, el de ahí abajo! Cuando escuchó una voz que le
llamaba de esa manera estaba de pie en la puerta de la caseta, con una bandera
en la mano enrollada alrededor de un palo corto. Teniendo en cuenta la
naturaleza del terreno, cualquiera hubiera pensado que no podía dudar con
respecto al lugar del que procedía la voz; pero en lugar de mirar hacia arriba,
donde estaba yo, de pie sobre un empinado desmonte situado justo encima de su
cabeza, se dio la vuelta y miró hacia la vía.
Había algo especial en la forma
en que lo hizo, aunque yo no pudiera captar de qué se trataba exactamente.
Lo
que sí sé es que fue lo bastante notable como para llamar mi atención, a pesar
de que su figura, situada abajo, en la profunda zanja, se encontraba un tanto
lejana y ensombrecida, y yo me hallaba muy por encima de él, tan de cara al
resplandor de un furioso ocaso que tuve que protegerme los ojos con la mano
antes de poder verlo. -¡Hola, ahí abajo! Él seguía mirando la vía, pero volvió
a darse la vuelta y, al levantar la vista, me vio allí arriba. -¿Hay algún
camino por el que pueda bajar para hablar con usted?
Miró hacia arriba sin
responder y yo le contemplé sin querer presionarle repitiendo mi tonta pregunta.
En ese preciso momento se produjo una vaga vibración en la tierra y el aire,
que se convirtió rápidamente en una pulsación violenta y en una embestida que
me obligó a retroceder para no caer abajo.
Cuando se deshizo el vapor que se
había elevado hasta mi altura desde el tren que pasó velozmente, y empezó a
desvanecerse en el paisaje, volví a mirar hacia abajo y pude verle enrollar en
el Palo la bandera que había extendido durante el paso del tren.
Repetí la
pregunta.
Tras una pausa durante la cual pareció contemplarme con gran
atención, señaló con la bandera enrollada hacia un punto situado a mi nivel, a
unos doscientos o trescientos metros de distancia. -¡Entendido! -le grité
dirigiéndome hacia ese lugar.
Allí, a fuerza de examinar cuidadosamente la
zona, encontré un tosco camino que descendía en zigzag, en el que habían
excavado una especie de escalones, y bajé por él.
La zanja era extremadamente
profunda e inusualmente inclinada.
Había sido excavada en una piedra viscosa
que s e iba volviendo más rezumante y húmeda conforme bajaba.
Por ese motivo el
camino se me hizo lo bastante largo para recordar la sensación singular de
desgana y obligación con la que me había indicado donde estaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario