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martes, 4 de octubre de 2011

El amo de moxon de Ambrose Bierce


1. El amo de Moxon.


Titulo:  El amo de Moxon.
Autor: Ambrose Bierce.

Sinopsis.

 ¿Lo dice en serio? ¿De veras cree que una máquina puede pensar? La respuesta tardó en llegar. Moxon había concentrado su mirada en los fantásticos dibujos que proyectaban las llamas del hogar. Ya hacía unos días que yo observaba en él una tendencia creciente a postergar la respuesta a la más anodina de las preguntas. Y no obstante, tenía un aspecto preocupado, más que de meditación; era como "si su cerebro sólo pudiera estar ocupado en una sola cosa". –¿Qué es una máquina? –inquirió un poco después–. Esta palabra tiene diversas acepciones. Por ejemplo, tomemos la definición de un diccionario: "Todo instrumento u organización por el que se aplica y hace efectiva la energía, o produce un efecto deseado." De ser así, ¿acaso el hombre no es una máquina? Y admitirá usted que el hombre piensa... o eso se imagina. –Si no desea responder a lo que le he preguntado –repliqué–, dígalo claramente. Usted se sale por la tangente, mi querido amigo. De sobra sabe que al referirnos a las máquinas, no hablamos de los hombres, sino de un objeto fabricado por él para su satisfacción. –A veces no es así –objetó Moxon–. A veces es la máquina la que domina al hombre; a veces es la máquina la que se satisface. Moxon se puso de pie y se aproximó al ventanal, en cuyos cristales tabaleaba la lluvia que aún hacía más oscura aquella noche de tormenta. –Perdóneme –sonrió luego, volviéndose de nuevo hacia mí–. No intentaba salirme por la tangente. Puedo responder a su pregunta de manera directa: opino que las máquinas piensan en el trabajo que realizan. Desde luego, era una respuesta directa. Y no muy grata, ya que casi confirmaba mi suposición de que la devoción de Moxon por el estudio, y el trabajo en su taller no le beneficiaban en absoluto. Por ejemplo, yo sabía que sufría de insomnio, dolencia que no es trivial en modo alguno. ¿Acaso esto estaba afectando a su cerebro? Su respuesta así parecía indicarlo. Tal vez hoy día no albergaría tal sospecha, pero en aquellos tiempos yo era muy joven, y la juventud, aunque lo niegue, siempre es ignorante.

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